Una nación llamada Basura: El impacto de la contaminación en el océano Pacífico

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Una nación llamada Basura

En 1997, el navegante Charles Moore descubrió al sur del océano Pacífico un nuevo archipiélago, hecho de basura, que ya era tres veces más grande que toda España. Las cinco islas que forman este inmenso basurero se alimentan de plásticos, neumáticos usados, fierros viejos, residuos industriales y minerales, y muchísimos otros desperdicios que la Civilización arroja desde las ciudades hacia la mar abierta. En el año 2013, se inició una campaña para otorgar categoría de Estado a esta nueva nación, que bien podría tener bandera propia.

La naturaleza enseña

En la Amazonía, la naturaleza da clases de diversidad. Los nativos reconocen diez tipos de suelos diferentes, ochenta variedades de plantas, cuarenta y tres especies de hormigas y trescientas diez especies de pájaros en un solo kilómetro.

Las tradiciones futuras

El desprecio y el miedo El lenguaje como traición: les gritan verdugos. En el Ecuador, los verdugos llaman verdugos a sus víctimas: —¡Indios verdugos! —les gritan. De cada tres ecuatorianos, uno es indio. Los otros dos le cobran, cada día, la derrota histórica. —Somos los vencidos. Nos ganaron la guerra. Nosotros perdimos por creerles. Por eso —me dice Miguel, nacido en lo hondo de la selva amazónica. Los tratan como a los negros en Sudáfrica: los indios no pueden entrar a los hoteles ni a los restaurantes. —En la escuela me metían palo cuando hablaba nuestra lengua —me cuenta Lucho, nacido al sur de la sierra. —Mi padre me prohibía hablar quechua. Es por tu bien, me decía —recuerda Rosa, la mujer de Lucho. Rosa y Lucho viven en Quito. Están acostumbrados a escuchar: —Indio de mierda. Los indios son tontos, vagos, borrachos. Pero el sistema que los desprecia desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme. Tras la máscara del desprecio, asoma el pánico: estas voces antiguas, porfiadamente vivas, ¿qué dicen? ¿Qué dicen cuando hablan? ¿Qué dicen cuando callan?

Las voces porfiadamente vivas

Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan, y ese lugar es mañana. Suenan muy futuras ciertas voces del pasado americano muy pasado. Las antiguas voces, pongamos por caso, que todavía nos dicen que somos hijos de la tierra, y que la madre no se vende ni se alquila. Mientras llueven pájaros muertos sobre la Ciudad de México, y se convierten los ríos en cloacas, los mares en basureros y las selvas en desiertos, esas voces porfiadamente vivas nos anuncian otro mundo que no es este mundo envenenador del agua, el suelo, el aire y el alma. También nos anuncian otro mundo posible las voces antiguas que nos hablan de comunidad. La comunidad, el modo comunitario de producción y de vida, es la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas: pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un nuevo Nuevo Mundo. Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo: como la viruela, como la gripe, vino de afuera.

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