Arthur Scargill, el líder del sindicato de mineros británico (NUM), se convirtió en el blanco perfecto para el gobierno de Margaret Thatcher en su intento por destruir las bases de poder del movimiento obrero. Tras la derrota de la huelga de 1984-1985, el gobierno lanzó una campaña de difamación sin precedentes para desacreditar a Scargill y debilitar al NUM.
La historia comenzó el 5 de marzo de 1990, cuando el Daily Mirror publicó una investigación explosiva acusando a Scargill de haber desviado fondos de solidaridad del sindicato para pagar su hipoteca personal. La revelación parecía devastadora, pero pronto se revelaría que era parte de una trama mucho más compleja.
Detrás de la escena, el gobierno de Thatcher había autorizado a los servicios de seguridad e inteligencia a tomar “medidas especiales” contra Scargill y sus principales aliados. La campaña de desprestigio se extendió durante meses, con los medios de comunicación publicando diariamente decenas de páginas sobre el supuesto escándalo.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, las acusaciones comenzaron a desmoronarse. Scargill presentó pruebas que demostraban que no tenía hipoteca y que el dinero provenía de donaciones sindicales y de la Unión Soviética, no de Libia como se había afirmado. El Informe Lightman, encargado para investigar el asunto, terminó concluyendo que las acusaciones de corrupción eran falsas.
“No me disculpo ante nadie por el papel que he jugado durante un período en el que ha habido algo equivalente a un estado de guerra contra todo lo que representamos.”
Scargill se enfrentó a la prueba de fuego en el congreso anual del NUM, donde recibió una ovación de los delegados sindicales. La campaña de difamación había fracasado en su intento de derribarlo, pero había logrado desgastar al sindicato y frenar su fusión con el de transporte, dejando una mancha en la reputación de Scargill.
Finalmente, en 1991, un juez rechazó todas las imputaciones y cerró el caso, y un año después la Agencia Tributaria exoneró al NUM de cualquier irregularidad. La trama detrás de esta campaña de acoso y derribo contra Scargill y el NUM reveló la disposición del gobierno de Thatcher a utilizar todos los recursos del Estado, incluidos los servicios de inteligencia, para destruir a su “enemigo interior”.