En una reveladora entrevista, la actriz y conductora Sabrina Rojas confesó abiertamente su hábito de utilizar cuentas falsas en redes sociales para espiar a hombres y mujeres, incluyendo a las parejas de sus exparejas. Conocida por su sinceridad, Rojas no dudó en admitir que tiene “dos cuentas falsas”, una con nombre de hombre, para poder “ver minas” sin ser detectada.
Según la propia Rojas, este comportamiento no se debe a una intención maliciosa, sino más bien a una necesidad de “resguardar su identidad” y evitar que otros la vean participando en los lives de otros famosos. En sus propias palabras, Rojas se describe como “re tóxica” y reconoce que a veces utiliza estas cuentas falsas simplemente por “vergüenza” de que la vean en esos espacios.
La revelación de Rojas generó una ola de reacciones en el mundo del espectáculo, con su compañera de panel Natalie Weber admitiendo que también tiene cuentas falsas, pero con el propósito de “stalkear a las que odio”. Esta práctica, si bien ampliamente extendida entre celebridades y usuarios comunes, plantea interrogantes sobre los límites éticos y legales de la vigilancia digital.
Más allá de las justificaciones de Rojas, su confesión abre un debate sobre la obsesión por el control y la invasión de la privacidad en las redes sociales. ¿Hasta dónde llega la necesidad de saber lo que hacen los demás? ¿Es justificable utilizar cuentas falsas para espiar a parejas, amigos o conocidos?
Estas preguntas quedan en el aire, mientras Sabrina Rojas continúa defendiendo su posición y asegurando que su uso de cuentas falsas no tiene mala intención. Sin embargo, su revelación ha puesto en evidencia una realidad cada vez más extendida en el mundo digital: la vigilancia constante y la falta de límites en la búsqueda de información sobre los demás.
