Lejos de ser meros iconoclastas anti-tecnológicos, los luditas del siglo XIX fueron protagonistas de una lucha por los derechos laborales, la dignidad humana y el control sobre la innovación tecnológica. Su historia nos enseña que la resistencia a la tecnología no es una reacción primitiva, sino una respuesta concreta a un modelo de implementación que beneficia a unos pocos a costa de la mayoría.
En un contexto de Revolución Industrial, los luditas, conformados por artesanos altamente calificados, no se oponían a la mecanización en sí, sino a la forma en que los dueños de fábricas la utilizaban para reemplazar mano de obra calificada por trabajadores no calificados, a menudo niños, pagando salarios drásticamente inferiores. Atacaban selectivamente aquellas máquinas y propietarios que encarnaban esta nueva lógica de explotación, buscando debatir públicamente cómo introducir la tecnología de manera gradual y que sirviera al bien común.
Lejos de ser ignorantes o temerosos del progreso, los luditas eran conscientes de que la tecnología no es neutral, sino que materializa mecanismos sociales, políticos y económicos. Su lucha no fue contra la máquina en sí, sino contra un modelo de implementación que desmantelaba las estructuras comunitarias y concentraba el poder y la riqueza en manos de unos pocos industriales.
Paralelismos con el Presente
Hoy, en el mundo de las máquinas inteligentes, la etiqueta de “ludita” se utiliza para descalificar cualquier resistencia a los modelos de negocio digitales, a la automatización de trabajos creativos e intelectuales, y a la precarización que conlleva. Al igual que en el pasado, se nos presenta un futuro inevitable de beneficios impensables, sin detenernos a cuestionar su diseño e implementación.
Sin embargo, como señalan autores como Gavin Mueller, la transición hacia la automatización puede tener consecuencias devastadoras para quienes hicieron posible el mundo al que llegarán los robots. La resistencia directa se vuelve cada vez más compleja, pero el espíritu de la ética hacker sigue siendo una poderosa herramienta para exigir que la tecnología sirva al bien común.
Hacia una Soberanía Tecnológica
Al igual que los luditas, hoy podemos cuestionar, organizar y resistir el avance descerebrado de la tecnología. No se trata de una tecnofobia reaccionaria, sino de una lucha por la soberanía tecnológica. Debemos atender la discusión sobre qué tecnología queremos y para qué fines, sin descuidar quién decidirá sobre ella, quién se beneficiará y quién pagará los costos.
La historia de los luditas nos recuerda que la tecnología no es inevitable, sino el resultado de decisiones humanas. Hoy, como entonces, tenemos la oportunidad de exigir un modelo de implementación tecnológica que sirva al bien común, que respete los derechos laborales y la dignidad humana. Y si es necesario, tomar un martillo contra la computadora.