Las bandas cambiarias han sido un instrumento utilizado por diversos países a lo largo de la historia reciente para ordenar sus regímenes monetarios en contextos de alta vulnerabilidad externa. Aunque el mecanismo fue el mismo, los recorridos de Chile y Colombia fueron distintos, con resultados que reflejan la importancia de las condiciones macroeconómicas, la consistencia de las políticas y la calidad de la gestión.
El Caso Chileno: Desinflación Gradual y Crecimiento Sostenido
Tras sufrir una grave crisis cambiaria en 1982, Chile adoptó un esquema de bandas cambiarias en 1984 como parte de su transición hacia una economía de mercado. Inicialmente con un rango estrecho de ±0,5%, las bandas se fueron ampliando gradualmente hasta llegar a ±5% en 1989, en respuesta al masivo flujo de capitales que presionaba a la baja el tipo de cambio.
Para contrarrestar este efecto, el Banco Central implementó una política de esterilización, comprando los dólares entrantes y emitiendo bonos del tesoro para retirar los pesos del mercado. Esto se complementó con regulaciones prudenciales que desincentivaban las entradas especulativas de capital de corto plazo.
El esquema de bandas permitió a Chile lograr una desinflación gradual pero sostenida, sin exponer a la economía a shocks externos. Además, las exportaciones crecieron significativamente, moderando el déficit de cuenta corriente. Entre 1984 y 1987, el PIB creció a tasas anuales superiores al 4%, y durante los noventa promedió un 7% anual.
En 1999, el Banco Central decidió eliminar las bandas y pasar a un régimen de flotación limpia, en el marco de un esquema formal de metas de inflación. Las bandas habían cumplido su función como mecanismo de transición.
El Caso Colombiano: Flexibilidad Cambiaria y Monetaria
Colombia adoptó un régimen de bandas cambiarias móviles en 1994, con un ancho de ±7%, muy superior al caso chileno. A diferencia de este, el objetivo no era anclar las expectativas inflacionarias, sino lograr una mayor flexibilidad cambiaria y monetaria.
Las bandas sirvieron para contener tanto los episodios apreciatorios como los eventos de estrés, como la crisis política desatada por denuncias de corrupción en 1998. Sin embargo, la crisis asiática y rusa generaron una salida abrupta de capitales, lo que derivó en un salto del tipo de cambio hacia el techo de la banda.
Ante la pérdida sostenida de reservas y la falta de acceso a los mercados, en 1999 Colombia negoció un acuerdo con el FMI que implicó un ajuste fiscal y monetario, junto con la eliminación de las bandas y la adopción de un régimen de flotación libre.
Lecciones Clave: Más allá del Diseño Formal
Tanto Chile como Colombia recurrieron a las bandas cambiarias para ordenar sus regímenes monetarios, pero con resultados divergentes. La lección es clara: el éxito de un régimen de bandas no depende solo del diseño formal, sino de las condiciones macroeconómicas, la consistencia de las políticas y la calidad de la gestión. Hasta la mejor banda puede desafinar si no cuenta con los instrumentos adecuados.
El caso chileno muestra cómo las bandas pueden ser una herramienta efectiva de transición ordenada hacia la desinflación y la apertura externa, siempre que se acompañen de políticas fiscales y monetarias coherentes, y de regulaciones que limiten los flujos de capital especulativos.
Por su parte, el caso colombiano ilustra cómo las bandas pueden servir para ganar flexibilidad cambiaria y monetaria, pero su implementación laxa y la falta de instrumentos adecuados para enfrentar shocks externos terminaron por desencadenar su abandono en medio de una crisis financiera global.
En resumen, las lecciones de Chile y Colombia demuestran que el éxito de las bandas cambiarias depende de un enfoque integral, que considere tanto el diseño formal del instrumento como la solidez de las políticas macroeconómicas y la capacidad de gestión de las autoridades.