En un mundo donde las palabras tienen el poder de moldear percepciones y dirigir el curso de los acontecimientos políticos, surge un fenómeno inquietante: el sanewashing. Este término, acuñado por la escritora Siri Hustvedt, describe la estrategia discursiva utilizada por algunos medios y analistas moderados para suavizar y disimular lo insensato.
A través de paráfrasis limitadas y un tono más razonable, se busca presentar ideas o figuras extremistas como moderadas y racionales, haciéndolas más digeribles para el público. Pero, ¿a qué costo? Al evitar citar textualmente los discursos vergonzantes de ciertos líderes, se corre el riesgo de anestesiar la percepción de la ciudadanía, haciéndoles creer que quizás exageran o son demasiado sensibles.
Más allá de Trump: El Sanewashing en Nuestras Latitudes
Si bien Hustvedt hace referencia al caso de Estados Unidos y la administración de Donald Trump, los ejemplos de sanewashing abundan en nuestras propias latitudes. Desde las palabras sueltas y metáforas utilizadas por nuestro presidente, hasta las excusas que se esgrimen para descartar la insensatez, como el hecho de que haya sido elegido por el 56% de la población o que cuente con el apoyo de políticos de renombre.
¿No será momento de dejar de hacerlo? ¿No será momento de que lo dicho le llegue al ciudadano tal como fue expresado, que confiemos en su capacidad para discernir cordura de insensatez?
La Banalidad de la Locura y la Responsabilidad de los Medios
Según el politólogo Brian Klaas, podríamos estar frente a lo que él llama “la banalidad de la locura”: a fuerza de repetición, dejamos de darle importancia a algunas barrabasadas, incoherencias o disparates. Los medios, en su afán por hacer digerible la charlatanería y la vulgaridad, terminan por normalizar y minimizar estos comportamientos extremistas.
Klaas propone no pasar por alto estos discursos, sino contextualizarlos y mostrar su peligrosidad. Advierte sobre el riesgo de la “fatiga moral” de la ciudadanía, que puede llevar a la aceptación de lo inaceptable.
Llamar a las Cosas por su Nombre
Hustvedt lo deja claro: “Las palabras importan. Las palabras son acción.” Citar dichos sin suavizar, no sentir vergüenza por repetir la vulgaridad o el insulto expresado por el poder, es crucial para contribuir a que la locura no se banalice y pierda su autoridad.
Aunque Hustvedt hable de otro país, las semejanzas son innegables. Es momento de dejar de lado el sanewashing y enfrentar la realidad tal como es, confiando en la capacidad de la ciudadanía para discernir cordura de insensatez.