El 3 de junio de 2015, una multitud se tomó las calles de Argentina gritando Ni Una Menos. Ese día marcó el inicio de un movimiento feminista masivo y transformador que ha recorrido una década de luchas, conquistas y desafíos. Desde aquella jornada histórica, los feminismos se han expandido, diversificado y radicalizado, convirtiéndose en una fuerza política capaz de interpelar al conjunto de la sociedad.
De la movilización a la huelga feminista
La primera gran movilización del 3J fue un acontecimiento multitudinario que marcó el ingreso al activismo feminista de miles de jóvenes. Sus efectos inmediatos fueron un crecimiento exponencial de las denuncias de violencia de género y un desborde masivo en el siguiente Encuentro Nacional de Mujeres. La sed por sostener la conversación abierta a través de la consigna Ni Una Menos era evidente.
Menos de un año después, el Primer Paro Nacional de Mujeres volvió a tomar las calles de todo el país y tuvo réplicas en varios países de la región. La huelga feminista no fue meramente simbólica, sino que tomó formas diversas e interpeló a las centrales obreras, involucrando a trabajadoras sindicalizadas y secretarías de género. Se formó el “bloque sindical feminista” que desde entonces motoriza los 8M.
Vaivenes y desafíos del movimiento
Como todo movimiento plural y masivo, el feminismo argentino nació con sus propios dilemas. Si bien el grito común Ni Una Menos expresaba un reclamo contra la violencia femicida, también hubo posiciones que exigían mayor “seguridad” y punición. Ante esto, el desafío estuvo en narrar públicamente la violencia machista como clave de una estructura desigual e histórica.
Otra tensión se dio en torno a las lógicas punitivas y de “cancelación” que se expandieron al calor de la marea feminista. Frente a esto, quienes integramos el movimiento no dejamos de cuestionar el punitivismo y de buscar modos alternativos de justicia.
Asimismo, la centralidad otorgada al sujeto “mujer” no esquivó un aroma biologicista o esencialista. Sin embargo, en los dispositivos de construcción del movimiento, los tejidos fueron transfeministas, con la confluencia de lesbianas, travestis y trans que empujaron transformaciones como el cambio de nombre del Encuentro Nacional de Mujeres.
Del neoliberalismo al neofascismo
El proceso de institucionalización del movimiento feminista, entre 2019 y 2023, con la vuelta de un gobierno autoproclamado nacional y popular, fue consistente con la construcción de una agenda de género. La pandemia, por su parte, retrajo la movilización, pero también hubo experiencias feministas resistentes en los barrios y territorios.
Hoy, el movimiento feminista y transfeminista se enfrenta a un gobierno neofascista que lo ha señalado como uno de sus principales enemigos públicos. En este contexto, surge la necesidad de un Frente Antifascista y Antirracista que recoja los hilos de los feminismos, la insistencia monstri y el movimiento LGBTINBQ+, para confrontar el arrasamiento de la vida que supone esta nueva fase del capitalismo.
Recuperar la militancia alegre y el entusiasmo por el futuro
Revisar estos diez años, recuperando aprendizajes y debates irresueltos, es parte del esfuerzo por seguir dando pelea contra el capitalismo voraz y tecnológico. Una pelea que, desde los transfeminismos, no es solo contienda, sino también la posibilidad de diseñar otras formas de vida, más comunitarias y menos heteronormadas.
Recordar colectivamente los meandros de estos ríos profundos de los que somos parte nos permite soñar de modo colectivo y volver a empezar, cada vez, otra vez. Recuperar la militancia alegre, el entusiasmo por lo que el futuro pueda traer, es fundamental para hacer del mundo un lugar en el que todes podamos vivir, soñar, investigar, aprender, jugar, comer rico y con muchos colores, descansar, desear, gozar.