La irrupción del movimiento Ni Una Menos en 2015 marcó un antes y un después en la historia del feminismo argentino. Millones de mujeres y disidencias salieron a las calles para reclamar por el fin de los femicidios y la violencia machista, logrando instalar la agenda de género en la discusión pública de manera inevitable.
En estos 10 años, el impacto de Ni Una Menos ha sido profundo y multidimensional. Se conquistaron avances clave como la Ley Micaela, la Ley de Paridad, la legalización del aborto y el cupo laboral trans. También se modificaron las conversaciones, los pactos y los vínculos en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero este proceso transformador enfrenta ahora nuevos desafíos. Con la llegada del gobierno de Javier Milei, se intenta desmantelar los logros alcanzados, desfinanciando o cerrando programas clave como el Acompañar o la Línea 144. Además, el Estado dejó de proveer a las provincias los insumos para garantizar la interrupción voluntaria del embarazo.
En este contexto, la consigna ya no es solo “Ni Una Menos”, sino “Vivir con Dignidad”. Porque no alcanza con estar vivas, las mujeres y disidencias siguen enfrentando una precariedad económica y una justicia patriarcal que perpetúa la desigualdad estructural.
Sin embargo, la fuerza colectiva del movimiento feminista sigue intacta. Tal como lo demostró la masiva marcha antifascista del 1 de febrero, la lucha por la igualdad y el fin de la violencia de género es imparable. Y en 2025, cuando se cumplan 10 años de aquel histórico 3 de junio, es muy probable que veamos una nueva movilización de masas que reafirme este compromiso inquebrantable.
