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miércoles, julio 30, 2025

Cuando el Fuego Divide: La Desigualdad Climática en la Era del Capitalismo

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Cuando el Fuego Divide: La Desigualdad Climática en la Era del Capitalismo

Las llamas devoran cada vez más territorio, pero no lo hacen por igual. Mientras las comunidades más vulnerables arden sin remedio, los más ricos se blindan con brigadas privadas y tecnologías de contención. El fuego, lejos de ser un fenómeno natural, se ha convertido en un síntoma del orden económico vigente, que redistribuye el riesgo y la protección de manera desigual.

Del Gran Incendio de Londres a la Privatización del Desastre

Todo comenzó con una chispa en Pudding Lane, en 1666. El Gran Incendio de Londres arrasó con más de trece mil casas, ochenta iglesias y buena parte de la ciudad amurallada. Pero de esas cenizas no solo surgió una ciudad más amplia y “ordenada”; también emergió un nuevo tipo de lógica: la gestión privada del desastre.

Las primeras compañías aseguradoras vieron en el trauma colectivo una oportunidad de negocios. Y con ellas nacieron las primeras brigadas de bomberos privados. No eran servicios públicos, sino cuadrillas contratadas por las aseguradoras para proteger exclusivamente las propiedades de sus clientes.

Así, el fuego dejó de ser un evento aleatorio y se convirtió en una variable del contrato. La catástrofe ya no era solo un fenómeno natural, sino un diferencial de clase. En Londres, el mercado inventó un cortafuegos selectivo y cobró por él. El incendio, como hoy, no se apagaba para todos.

El Capitalismo del Fuego: Cuando la Crisis se Vuelve Oportunidad

Siglos después, el patrón se repite en diferentes latitudes. Frente al colapso ecológico, la respuesta no ha sido redistribuir el riesgo, sino privatizarlo con eficiencia quirúrgica. Los incendios ya no son anomalías, sino que forman parte de la coreografía climática del capital.

En California, en Australia, en el Amazonas, en la Patagonia o en los humedales, las llamas avanzan solas, pero se redirigen hacia donde les conviene a los intereses más concentrados. Mientras los titulares hablan de “desastres naturales”, la realidad es que lo natural está cada vez más ausente.

En lugar de atacar las causas del desastre —la quema constante de combustibles fósiles, la expansión agroindustrial, la financiarización del suelo y del aire—, se invierte en tecnologías de contención, selección y exclusión. Lo que se protege no es la vida, sino determinados valores asegurados.

Cortafuegos de Clase: Cuando la Ecología se Vuelve Política

La crisis climática ha dejado de ser un horizonte abstracto o un problema técnico: es una tecnología política de diferenciación. La forma en que se distribuye el daño, la protección y la capacidad de anticipación no es neutra ni azarosa. Es el resultado de una arquitectura de clase profundamente arraigada.

No hay cortafuegos neutros. Cada barrera, cada decisión sobre qué proteger y qué dejar arder, cada inversión en adaptación o mitigación, expresa una correlación de fuerzas. La lucha ecológica es una forma contemporánea de la lucha de clases, cuya gramática se escribe en emisiones, infraestructuras, temperaturas y seguros.

El fuego, lejos de ser el enemigo externo, es el síntoma del orden económico vigente. Y como todo síntoma, no se combate con gestos paliativos, sino con diagnósticos que incomodan y con estrategias que desborden las soluciones administradas.

No hay ecología sin economía. No hay transición sin conflicto. Y no hay futuro posible si el humo sigue tapando la raíz del incendio.

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