Los incendios forestales ya no son simples fenómenos naturales. Se han convertido en una tecnología política de clase que revela quién puede pagar por su protección y quién debe enfrentar las llamas. Desde Londres en 1666 hasta California en la actualidad, el fuego ha sido un catalizador de la desigualdad, permitiendo a los más privilegiados desviar recursos comunes hacia la salvaguarda de sus propiedades mientras las comunidades más vulnerables quedan desprotegidas.
El Fuego como Diseño: Cómo el Capitalismo Reconfiguró Londres
Todo comenzó con un horno de pan mal apagado en Pudding Lane, Londres, en 1666. El Gran Incendio que siguió devastó la ciudad, quemando más de 13.000 casas y 80 iglesias. Pero de estas cenizas surgió algo más que una ciudad reconstruida: el nacimiento de las primeras compañías de seguros y brigadas de bomberos privados.
Filósofos como John Locke y Adam Smith reflexionaron sobre este evento, reconociendo que el derecho a la propiedad privada tiene límites cuando pone en riesgo la supervivencia del resto. Smith incluso sugirió que el Estado podría obligar a construir muros cortafuegos, incluso si eso implicaba destruir propiedad privada, pues la libertad que deja arder al prójimo no es virtud, sino una falla estructural.
El Capitalismo del Fuego: Cómo la Crisis Climática Redefine la Desigualdad
Hoy, el fuego ya no es un evento aleatorio, sino una variable del contrato. Frente al colapso ecológico, la respuesta no ha sido redistribuir el riesgo, sino privatizarlo con eficiencia quirúrgica. En California, los millonarios contratan bomberos privados para proteger exclusivamente sus mansiones, mientras las comunidades más pobres arden. En Argentina, el incendio de Iron Mountain reveló cómo los ricos también pueden quemar lo que no les sirve, sin consecuencias.
Los incendios en grandes zonas verdes, como la Amazonía y el Litoral argentino, son el resultado de un modelo de saqueo que convierte el fuego en herramienta de especulación. Mientras las llamas devoran ecosistemas vitales, las cenizas revelan hasta qué punto el capital prefiere tierras arrasadas para sus propios intereses.
Cortafuegos de Clase: La Lucha Ecológica como Lucha de Clases
La crisis climática ha dejado de ser un problema técnico para convertirse en una tecnología política de diferenciación. La forma en que se distribuye el daño, la protección y la capacidad de anticipación no es neutra ni azarosa, sino el resultado de una arquitectura de clase profundamente arraigada. No hay cortafuegos neutros: cada decisión sobre qué proteger y qué dejar arder expresa una correlación de fuerzas.
La lucha ecológica no es un suplemento moral, sino una forma contemporánea de la lucha de clases. El fuego, lejos de ser el enemigo externo, es el síntoma de un orden económico que prefiere reorganizar el espacio a través de la devastación. Combatir este incendio requiere diagnósticos que incomoden y estrategias que desborden las soluciones administradas.