La corrupción, esa relación simbiótica entre el dinero y el poder, es el cáncer que carcome los cimientos de la democracia. Cuando quienes poseen los medios de producción, los capitales concentrados y las autoridades más encumbradas se alían para afianzar su dominio, la legalidad se convierte en un mero velo que oculta una realidad mucho más siniestra.
Pero la condena de la corrupción, lejos de ser la solución, puede convertirse en un arma de doble filo. Cuando el relato mediático se encarga de fragmentar la información y obturar las preguntas sobre las causas estructurales, la indignación moral se convierte en el alimento predilecto de audiencias ávidas de castigo y olvido selectivo. Así, la política se despolitiza, y la justicia se vuelve cómplice de los poderes fácticos, asestando un golpe más a una institucionalidad democrática ya destartalada.
La Dupla Dinero-Poder y la Ilusión de la Justicia
La relación entre el dinero y el poder es la raíz de la corrupción. Cuando esta dupla se mueve dentro de sus “límites normales/tolerables”, todo ocurre bajo un halo de legalidad. Pero cuando esa frontera se transgrede, la reacción es de rechazo y repulsión visceral. Sin embargo, esta reacción suele desviar la atención de los verdaderos dramas de la sociedad, contribuyendo a la deslegitimación de proyectos políticos y justificando la deposición de “enemigos” políticos.
La condena de la corrupción por parte del poder judicial se convierte, paradójicamente, en la condena de la justicia misma. Esa “justicia” que se vuelve sobre sí para dejar al desnudo su vínculo con los poderes fácticos, asestando un golpe más a una democracia ya destartalada.
Más allá de la Transparencia: Hacia una Libertad Fundada en la Igualdad
La lucha contra la corrupción se libra en nombre de la transparencia, un objetivo noble de la política. Pero el dominio de lo social es el de la opacidad. Si el ideal democrático de una sociedad de iguales nos obliga a bregar por la transparencia, será tarea de todos producirla, pues ella no está dada.
La tarea de producir la translucidez deberá apuntar a la inteligencia de una libertad fundada en lazos de igualdad, reconocimiento de la interdependencia, de la precariedad y la justicia, en un sentido extrajurídico. Sólo así podremos interrumpir el curso mítico de la violencia inherente al derecho y abrir paso a una política orientada hacia la felicidad mundana histórica.
Junio, Testigo de la Lucha por la Democracia
La politización de la justicia, aún negada, es el gesto complementario de la judicialización de la política. Esta condena se inscribe en una memoria histórica más extensa, cuyos desbordes son impredecibles. Desde los bombardeos de 1955 hasta los fusilamientos de 1956, la proscripción ha sido el preludio de la apertura de otra temporalidad capaz de revitalizar el compromiso con las expectativas igualitarias.
Del hostigamiento, la saña y la mortificación que los actos de proscripción arrojan, procede su débil fuerza redentora. Pues la lucha por la democracia no se extingue, sino que se reaviva, desafiando los intentos de silenciarla.