Los incendios forestales ya no son simples fenómenos naturales. Se han convertido en una herramienta de diferenciación social, donde la capacidad de protegerse y sobrevivir depende cada vez más del poder adquisitivo. Mientras las llamas arrasan comunidades enteras, los más ricos contratan bomberos privados y reciben la visita de helicópteros que rocían sus mansiones con retardantes de fuego. Esta modalidad, que comenzó en 2018 en California, revela una realidad cruda: el fuego no es para todos.
Esta situación tiene sus raíces en el Gran Incendio de Londres de 1666, que marcó un punto de inflexión en la historia del capitalismo. Tras las devastadoras pérdidas, surgieron las primeras compañías aseguradoras y brigadas de bomberos privados, que protegían exclusivamente a los propietarios que podían pagar. Así, el fuego dejó de ser un evento aleatorio y se convirtió en una variable del contrato, donde la catástrofe se transformó en un diferencial de clase.
Hoy, esta lógica se repite en diferentes latitudes. Frente al colapso ecológico, la respuesta no ha sido redistribuir el riesgo, sino privatizarlo con eficiencia quirúrgica. Mientras los titulares hablan de “desastres naturales”, la realidad es que lo natural está cada vez más ausente. Los incendios ya no son anomalías, sino que forman parte de la coreografía climática del capital.
El Capitalismo del Fuego
En lugar de atacar las causas del desastre, como la quema constante de combustibles fósiles o la expansión agroindustrial, se invierte en tecnologías de contención, selección y exclusión. Lo que se protege no es la vida, sino determinados valores asegurados. Como en Londres tras el incendio, el que no paga puede arder sin problema.
Esto se evidenció en el incendio de Iron Mountain en Buenos Aires en 2014, donde una nube tóxica se expandió sobre los barrios populares aledaños, mientras las autoridades tardaron días en declarar la emergencia. Los ricos también pueden quemar lo que no les sirve, y los afectados quedan sin visibilidad ni respuestas.
Los incendios en grandes zonas verdes también demuestran ser el resultado de un modelo de saqueo que convierte el fuego en herramienta de especulación. Mientras las llamas devoran ecosistemas vitales, las cenizas revelan hasta qué punto el capital prefiere tierras arrasadas.
Cortafuegos de Clase
La crisis climática ha dejado de ser un horizonte abstracto y se ha convertido en una tecnología política de diferenciación. La forma en que se distribuye el daño, la protección y la capacidad de anticipación no es neutra ni azarosa. Es el resultado de una arquitectura de clase profundamente arraigada.
No hay cortafuegos neutros. Cada barrera, cada decisión sobre qué proteger y qué dejar arder, expresa una correlación de fuerzas. La lucha ecológica es una forma contemporánea de la lucha de clases, cuya gramática se escribe en emisiones, infraestructuras, temperaturas y seguros.
El fuego, lejos de ser el enemigo externo, es el síntoma del orden económico vigente. Y como todo síntoma, no se combate con gestos paliativos, sino con diagnósticos que incomodan y con estrategias que desborden las soluciones administradas.
No hay ecología sin economía. No hay transición sin conflicto. Y no hay futuro posible si el humo sigue tapando la raíz del incendio.