Ese 16 de junio de 1955, Ricardo Alfredo Panazzolo se preparaba para otro día rutinario en el Banco de Londres en el Microcentro porteño. Poco sospechaba que la tranquilidad de su viaje desde La Tablada se vería abruptamente interrumpida por una de las jornadas más violentas y traumáticas de la historia argentina.
Mientras Ricardo almorzaba con sus colegas Eduardo y Osvaldo, notaron una Plaza de Mayo más concurrida de lo habitual. Poco después, el gerente los guió rápidamente al refugio del segundo subsuelo del banco, donde escucharon con creciente angustia las explosiones que sacudían los cimientos del edificio. Desde el interior, era imposible imaginar que los aviones de la Armada habían decidido cambiar las flores por bombas.
El caos se desata en las calles
Mientras Ricardo y sus compañeros permanecían a resguardo, su esposa Elsa y su hija Nilda vivían momentos de terror en La Tablada. Los bombardeos alcanzaron incluso la escuela primaria, donde los niños fueron arrojados a la calle en medio del caos. Elsa y Nilda se refugiaron horas debajo de la cama, atemorizadas por los estruendos que retumbaban a su alrededor.
Cuando Ricardo pudo salir del banco, se encontró con una ciudad irreconocible. Escombros, vidrios rotos, cuerpos mutilados y heridos desesperados por recibir atención médica. Empujado por la multitud, logró llegar a su hogar tras una larga caminata, aliviado de encontrar a su familia a salvo.
Un trauma que persiste
Esta historia, narrada innumerables veces por Ricardo, no solo le pertenece a él. Es la historia de una comunidad que vivió en carne propia los horrores de un bombardeo que dejó cientos de víctimas y marcó profundamente a quienes lo presenciaron. Contar y escuchar se vuelven formas de procesar y compartir un trauma que aún resuena en la memoria colectiva.
La Tablada, antes un apacible barrio, se convirtió en escenario de una de las jornadas más violentas y siniestras de la historia argentina. Un día que Ricardo y tantos otros jamás olvidarán.
