Gracias a la ayuda de un gran compañero y amigo, pude entrevistar a Carlos Elizagaray, un excelente abogado que vivió en primera persona uno de los episodios más dramáticos de la historia argentina: el bombardeo de la Casa Rosada en 1955.
Elizagaray, que en aquel entonces era teniente primero del Ejército, se encontraba en la capital cuando comenzaron los ataques aéreos. Sin dudarlo, se dirigió a la sede del gobierno para unirse a la defensa. Lo que presenció allí fue una escena de devastación y horror que lo marcaría para siempre.
Defendiendo la Casa Rosada
Ese fatídico 16 de junio, Elizagaray se encontraba almorzando en el Círculo Militar cuando un capitán le informó que estaban bombardeando la Casa de Gobierno. Sin perder un segundo, abordó un camión y se dirigió al centro de la ciudad.
Al llegar, se encontró con una escena dantesca: soldados heridos o muertos en las calles, vehículos incendiados y una lluvia de bombas que caían sobre el emblemático edificio. Elizagaray logró entrar a la Casa Rosada y se presentó ante el coronel Guillermo Gutiérrez, quien le ordenó que se encargara de la ametralladora Madsen en la terraza.
Sin embargo, la velocidad de los aviones Gloster Meteor hacía imposible acertarles con ese armamento. Elizagaray, un experto artillero antiaéreo, se dio cuenta de que las armas de la Casa Rosada no estaban preparadas para enfrentar a esos cazabombarderos a reacción.
Un Testigo de la Tragedia
Tras el cese de los bombardeos, Elizagaray recorrió los alrededores de la Casa Rosada y quedó horrorizado por la escena que presenció. Automóviles incendiados, niños muertos y muñecas abandonadas en la plaza eran solo algunas de las imágenes que lo impactaron profundamente.
Más tarde, el oficial ayudó al capitán Luciano Benjamín Menéndez a redactar el Diario de Guerra. Juntos vigilaron el edificio, temiendo un posible ataque de un grupo comando. Elizagaray estaba convencido de que los responsables serían juzgados y fusilados por semejante crimen. Sin embargo, la reacción de Perón lo sorprendió: en lugar de tomar medidas drásticas, optó por un discurso conciliador.
Una Lealtad Inquebrantable
A pesar de las dificultades y el trauma que le causó esa jornada, Elizagaray mantuvo su lealtad al gobierno peronista. Incluso años después, cuando la Revolución Libertadora lo castigó por su participación, Perón lo ascendió a mayor en 1973. Su compromiso con la defensa de la democracia y el respeto por la voluntad popular lo convirtieron en un testigo clave de uno de los episodios más violentos y controvertidos de la historia argentina.