En el crucial momento previo a la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el general Manuel Belgrano sorprendió a los diputados del Congreso de Tucumán con una propuesta radical: coronar a un descendiente de la realeza inca como monarca constitucional para gobernar la región.
Era el 6 de julio de 1816, faltaban apenas tres días para que el Congreso declarara la independencia. El contexto político y militar era crítico. El proceso revolucionario en la América Hispana mostraba signos de agotamiento, con la restauración de las monarquías en Europa y el avance de las fuerzas realistas en Venezuela, México, Chile y el Alto Perú.
Una Monarquía Inca para Unificar América Latina
Belgrano, que había regresado recientemente de un viaje a Europa sin lograr apoyo para la Revolución, entendía que la forma de gobierno monárquica sería mejor recibida en la Europa post-napoleónica que una república. Pero su propuesta iba más allá: abogaba por la creación de una monarquía constitucional encabezada por un descendiente de la dinastía inca.
Según Belgrano, esto serviría a tres objetivos clave: reparar la ilegitimidad de la Conquista española, evitar una futura revolución indígena y despertar el entusiasmo de los pueblos del interior para cambiar la correlación de fuerzas en el Alto Perú, aún en manos realistas.
La influencia de la utopía andina y la mitología inca eran profundas en el imaginario revolucionario de la época. Belgrano proponía dar un salto novedoso al buscar un descendiente inca de “carne y hueso” para ocupar el trono, en lugar de simplemente invocar la figura del Inca como símbolo, como habían hecho otros.
El Plan Inca y la Disputa por el Poder
La propuesta de Belgrano generó un intenso debate en el Congreso. Algunos diputados, como Miguel de Güemes, la apoyaron entusiastamente, viendo en ella la posibilidad de revitalizar la Revolución. Otros, especialmente los representantes de Buenos Aires, se opusieron por razones tanto ideológicas como económicas: temían perder el control político y comercial sobre el territorio.
Finalmente, cuando el Congreso decidió que las decisiones sobre la forma de gobierno requerirían una mayoría especial de dos tercios, el Plan Inca de Belgrano quedó prácticamente sentenciado. La señal del traslado del Congreso a Buenos Aires en septiembre de 1816 fue inequívoca: la capital porteña y sus intereses prevalecerían sobre la propuesta de descentralizar el poder hacia Cuzco.
Un Legado Perdurable
Aunque el audaz plan de Belgrano no llegó a concretarse, dejó una huella profunda en la historia latinoamericana. La resistencia contra la invasión extranjera, el derecho a la autonomía de los pueblos y la utopía andina que inspiró su propuesta siguen resonando hasta el día de hoy.
Como señala el historiador Ulises Bosia, autor del libro El Plan Inca, Belgrano había ido a buscar esas ideas hacia el pasado, demostrando que la Revolución no solo miraba hacia el futuro, sino que también se nutrió de las tradiciones y los sueños de liberación de los pueblos originarios.