La relación entre forma y contenido ha sido un tema de debate y reflexión a lo largo de la historia del pensamiento. Figuras clave como Roman Jakobson, Iuri Tinianov y Theodor Adorno han explorado esta conexión, demostrando que no se trata de una dicotomía rígida, sino de una interacción dialéctica donde lo uno define y moldea a lo otro.
Jakobson, por ejemplo, señaló que no se puede separar el estudio de los aspectos fonológicos del lenguaje de los aspectos semánticos. La sonoridad de las palabras es un elemento fundamental que no puede ser ignorado en los análisis lingüísticos y literarios. De manera similar, Tinianov reconoció que el factor rítmico de un texto poético se encuentra intrínsecamente ligado al factor semántico. Forma y contenido se distinguen, pero no se oponen.
Incluso figuras como Georg Lukács y Bertolt Brecht, conocidos por su antiformalismo, no desestimaban la importancia de la forma, sino que cuestionaban la pretensión de volverla exclusiva. Lukács desarrolló brillantes análisis sobre la relación entre narración y descripción en autores como Tolstoi y Flaubert, mientras que Brecht propuso sutiles procedimientos formales para lograr un efecto de distanciamiento en el teatro.
Por su parte, Theodor Adorno postuló una relación dialéctica entre forma y contenido, alejándose de la idea de una antinomia rígida. Para Adorno, la forma es “contenido social sedimentado”, lo que implica que el contenido debe buscarse también en la forma.
Esta perspectiva nos lleva a Hayden White y su formulación del “contenido de la forma”. Incluso en autores como Sartre, cuyo “contenidismo” en torno al compromiso parecía desestimar la forma, se puede detectar una fuerte sensibilidad formal, aunque sea por la negativa.
El fervor por lo informe en Witold Gombrowicz, por ejemplo, es una manifestación de esta sensibilidad formal, pues no hay aprecio por lo informe sin la forma. De igual manera, el arte panfletario o el realismo vulgar pueden apostar a la atenuación de la forma para que el contenido resalte, mientras que las vanguardias buscaron mitigar el contenido o el sentido para estimular la experiencia de las formas.
En definitiva, la forma define el contenido. No es un simple agregado o adorno, sino aquello que constituye el contenido y le permite ser lo que es. Nuestra sensibilidad hacia las formas se educa y se enriquece, pero también puede deteriorarse en contextos políticos adversos que impulsan el desprecio por la forma.
Incluso en el lenguaje de uso cotidiano, la forma en que se expresa algo es fundamental para comprender su significado. Un simple “pelotudeces” no solo transmite un contenido burdo y agresivo, sino que porta en sí la violencia de energúmeno que es propia del resentido o del que no sabe argumentar. La forma define el contenido.
En resumen, la relación entre forma y contenido es una cuestión medular que nos invita a desarrollar una sensibilidad profunda hacia las formas, pues es a través de ellas que podemos percibir y comprender cabalmente la realidad que nos rodea.