La serie Menem es mucho más que un mero viaje nostálgico a los años 90. Es un espejo que refleja las contradicciones y la estetización del poder que marcaron aquella década, y que parecen volver a resonar en nuestro presente inquietante.
La serie comienza con una escena impactante: el fallecimiento del hijo del expresidente Carlos Menem. Pero en lugar de centrarse en el duelo, se impone el silencio, como si solo uno de los dos muertos tuviera derecho al luto público. Este gesto marca el tono de la narrativa: la exposición del exceso, la desmesura y la farsa que definieron la era menemista.
El Carisma y la Contradicción de Menem
El Menem de Leonardo Sbaraglia está construido a partir de su propio carisma, más que desde la ideología o el poder puro. Es una figura pop, una mezcla de simpatía, picardía y cinismo que lo convirtió en una figura emblemática de la época.
Pero la serie no se limita a romantizar al expresidente. Presenta también el contrapunto de Zulema Yoma, interpretada magistralmente por Griselda Siciliani. Zulema encarna lo que el relato oficial quiso dejar fuera: el conflicto, la intimidad tensa, lo que no se puede controlar. Su personaje visceral y contradictorio desarma el relato del poder masculino, introduciendo una voz incómoda y necesaria.
La Política como Espectáculo
La serie retrata cómo la política se convirtió en una puesta en escena permanente durante los 90. Menem actuaba de sí mismo con aplomo de estrella, mientras el poder se representaba como un espectáculo kitsch donde lo importante era cómo se hacía las cosas, más que lo que se hacía.
El personaje de Olegario Salas, el fotógrafo radical que narra la historia, funciona como una voz disidente que observa desde afuera y cuestiona esta dinámica. Su identidad política le otorga una sensibilidad especial para captar las miserias y contradicciones del poder.
Un Espejo para Entender el Presente
Lo más inquietante de este regreso a la era menemista no es solo su estética, sino su eco. Algunas estrategias políticas que definieron ese tiempo, como el indulto, la concentración del poder ejecutivo o la política como show, vuelven a aparecer hoy con otros rostros pero con la misma lógica.
Ver Menem es, entonces, también preguntarse por el presente. No desde la nostalgia, sino desde la sospecha: ¿Estamos otra vez en ese loop? ¿Volveremos a aplaudir mientras nos quitan el piso? O esta vez, ¿sabremos identificar la máscara antes de que se ría?
La serie navega en esa tensión, entre la seducción de la estética pop y la necesidad de no olvidar para no repetir. Porque el pasado no terminó de pasar, y sigue moldeando la política y la cultura con sus fantasmas y sus cicatrices.