Las recientes elecciones en Japón han marcado un giro político significativo, con el Partido Liberal Democrático (PLD), pilar del sistema político japonés desde la posguerra, sufriendo su peor desempeño histórico. Esto abre la puerta a nuevas fuerzas políticas, entre ellas la emergente Sanseito, un partido de derecha con un enfoque ecológico inusual.
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Sanseito, fundado en 2020, no es un simple remedo del populismo europeo. Su líder, Sohei Kamiya, invoca la sabiduría ancestral, profesa devoción por el emperador Naruhito y habla de armonía con el planeta a través de una economía circular. Una derecha con huella ecológica: más sintoísta que trumpista.
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Sin embargo, el mensaje de “Japón Primero” resuena familiar. El partido exige frenar la inmigración legal, eliminar subsidios a residentes extranjeros e impedirles trabajar en el sector público. Todo esto en un país cuya población extranjera apenas supera el 3%. Sanseito no denuncia una crisis real, sino un desajuste en el umbral cultural de tolerancia.
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Este giro a la derecha en Japón refleja un cambio político más amplio. El país se desliza hacia una política más fragmentada, más demandante y menos indulgente con el statu quo. No hay, por ahora, un Emmanuel Macron japonés, ni una Georgia Meloni japonesa, pero sí una deriva: hacia fórmulas nuevas, voces disruptivas y coaliciones inestables.
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Obstáculos para la Transición Energética
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Mientras tanto, la transición energética global enfrenta desafíos inesperados. Un reciente informe de la ONU muestra que, si bien las energías renovables han avanzado significativamente, el ritmo de cambio sigue siendo insuficiente para reemplazar a los combustibles fósiles.
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La desconexión entre el entusiasmo tecnológico y la capacidad política es el gran obstáculo. Subsidios fósiles vigentes, falta de marcos regulatorios integrados, demoras en modernización de redes y un financiamiento climático insuficiente son algunas de las trabas identificadas.
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Pero el informe también sugiere que la transición energética no es solo una cuestión de eficiencia, sino de poder, de ganadores y perdedores. Un orden global marcado por el retorno del nacionalismo económico y la desconfianza mutua no es terreno fértil para una revolución energética coordinada.
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Incluso cuando los gobiernos tienen la voluntad, la fragmentación institucional y los actores de veto sabotean los esfuerzos. El resultado es un archipiélago de políticas dispersas, algunas verdes, otras grises, muchas contradictorias.
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Cambiar de Modelo Político
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Lo que este informe nos dice, sin gritarlo, es que no basta con cambiar de fuente energética. Hay que cambiar de modelo político. Y eso, como todos sabemos, lleva mucho más tiempo.
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Japón es un ejemplo de cómo el cambio político puede obstaculizar la transición energética. Mientras la tecnología avanza, el cambio institucional y político no lo acompaña. Los sistemas de subsidios fósiles siguen intactos, y los populismos de derecha presentan la acción climática como una imposición globalista.
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En definitiva, la transición energética no fracasa por falta de mercado y tecnología, sino por exceso de democracia mal gestionada, intereses corporativos bien organizados y líderes incapaces de convencer. El siglo XXI quedará definido no por la energía que usamos, sino por el tiempo que tardamos en cambiarla.