La Paradoja del Igualitarismo: Cuando la Lucha por la Igualdad se Convierte en su Propia Ruina

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Hay una imagen que insiste y resiste su muerte entre los gases, las balas y los policías desafiando a hinchas y jubilados al grito de “vengan zurdos”: la imagen del igualitarismo. Una idea de Walter Benjamin nos ayuda a ver lo que tenemos ante nosotros. Él decía que las fuerzas productivas históricas habían desplazado la narración –y con ella la memoria y la justicia– del ámbito de la lengua viva comunitaria, dejando ver en ella una nueva belleza. Esa imagen de la belleza que titila en el instante de su desvanecimiento es la que urge ser rescatada.

Bajo amenaza de muerte, pero sin querer morir, esa imagen del igualitarismo reclama redención. Un igualitarismo no ingenuo, capaz de combinar reconocimiento de la diferencia e igual redistribución de la riqueza socialmente producida. Su mortificación nos convoca a salvar su valor y belleza de las ficciones que se precipitan sobre sus ruinas.

Ficción 1: Cuando la Violencia se Disfraza de Neutralidad

Disfrazada de un igualitarismo ramplón emergen las posiciones ideológicas que, pretendiendo ser neutrales y objetivas, creen justo rechazar la violencia de las fuerzas de seguridad con la misma vehemencia con la que rechazan la de los manifestantes. Lo que ese “igualitarismo ramplón” omite es la operación de la equivalencia más violenta sobre la que se sostiene. Esa que, como enseñaba Marx, hace abstracción de las cualidades singulares, de las posiciones, los atributos y atribuciones de los objetos de la comparación.

Aunque parece una obviedad, es preciso reiterar que policía (fuerzas de seguridad) y manifestantes no son iguales: los primeros están armados y protegidos, son agentes del Estado y la extensión más visible del ejercicio del monopolio de la violencia física; los manifestantes, en este caso jubilados, hinchas de clubes y militantes, carecen de armamentos y de protección, su arma es el bastón y alguna que otra piedra regada en el camino. La justificación de la violencia a través de la apelación a la necesidad de restituir un orden se evapora.

Ficción 2: Cuando la Represión se Justifica por la Estabilidad Económica

Las formas de violencia explícita, obscenas, pornográficas a las que, de tan expuestos, parecemos inmunes, serían toleradas en virtud de la “superación” de una violencia mayor cifrada en el fantasma de la hiperinflación. Milei nos habría salvado de una catástrofe (creada y anunciada por los propios agoreros) devolviendo el orden, la esperanza y la confianza en los réditos del (auto)sacrificio.

Pero esa ficción se desmorona cuando se hace la experiencia diaria de ir al supermercado, cuando se elevan las cifras del desempleo, cuando crece la precarización y el pluriempleo. La ostentación de la violencia y su implementación sistemática no es tolerada gracias a la tranquilidad ganada por la baja de la inflación por parte de la población; es una violencia demandada socialmente y, en algunos casos, reivindicada en virtud de la insoportable experiencia de inestabilidad y precariedad padecida cotidianamente.

Ficción 3: Cuando la Democracia se Reduce al Voto

Los fenómenos políticos globales mórbidos, de los que Milei es una muestra singular, asumen caracterizaciones múltiples: populismos de derecha, derecha radical, ultraderecha, derecha ultra neoliberal, posfascismos, populismos reaccionarios, entre otras. Pocos se atreven a afirmar su raíz antidemocráctica y violenta apelando a la sola institución del voto.

Al haber sido electos democráticamente, estos gobiernos “posdemocráticos” llevan hasta la extenuación el argumento de la base electoral, omitiendo que no todos sus votantes se expidieron positivamente sobre su propuesta, y que la democracia en términos político-sociales desborda ampliamente su reducción al voto. La democracia, luego, sin pretensión de producir igualdad no es democracia.

Quizás, lo que aúna a todas esas denominaciones disímiles es su feroz anti-igualitarismo, su desprecio por la justicia social, su fobia al pueblo; la obliteración de la idea de igualdad, su afán de venganza de alguna era de igualdad radical que solo existió en sus locas cabezas pero hoy, más que nunca, clama por su realización y espera su redención.

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