I. La intimidad es un territorio escurridizo, que se resiste a ser completamente revelado. Como señala Lacan, hay algo de imposible en la intimidad, pues cuando buscamos lo más íntimo de nosotros mismos, nos encontramos con lo éxtimo, lo extraño y exterior a nosotros. Estamos atravesados por una extimidad, por ese cuerpo extraño que es nuestro inconsciente.
II. En una época donde la vulneración de la intimidad se ha naturalizado, con madres, docentes, médicos y otros exponiendo sin pudor las vidas privadas de otros, es necesario reflexionar sobre los modos en que la intimidad puede resguardarse. Porque vulnerar la propia intimidad tampoco es inocuo, y algunos creadores de contenido se han convertido en “creadores de incontinencia”, exponiendo todo en pos de likes y vanidad.
La intimidad no se define solo por su contenido, sino por la forma en que se preserva. Hay cuestiones socialmente estipuladas como íntimas, pero también hay una intimidad que se define más por los modos en que cada uno se la inventa, ese lugar preciso e intransferible que resulta imposible de dar a ver.
La Poética de la Intimidad
III. Gastón Bachelard nos habla de la intimidad como un espacio y un estado del alma, de esas “casas indescriptibles” donde se aloja una intimidad fiel, una mezcla confusa de imágenes indefinidas que, sin embargo, imprimen algo único e íntimo. La intimidad se esconde, no por un gesto voluntario, sino porque ella misma se presenta de esa manera.
IV. Bachelard sugiere que los valores de intimidad son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto: vuelve a ver el suyo. Y en efecto, al leer sus palabras, me brotó un recuerdo de infancia, de cuando revisaba insistentemente los placares de mis padres, buscando descifrar los secretos familiares, esa historia que nunca fue contada del todo.
La Penumbra como Refugio de la Intimidad
V. Bachelard introduce algo fundamental: la penumbra. La intimidad es sinónimo de penumbras, no de iluminación total. Y en estos tiempos donde la intimidad está sitiada, asediada por imágenes y la necesidad de exponerlo todo, no se admiten las penumbras, las ambigüedades, las medias luces. Sin embargo, es en esa alternancia de luces y sombras donde se escribe la verdad singular de cada quien, en los pliegues y resquicios del lenguaje.
VI. Si todo se ofrece a la mirada, ya no hay modo de escandir las escenas, las fantasías; ya no hay resquicio, ya no hay alternancia entre luces y sombras: estamos cegados de tanta claridad. Todo es pasible de ser instagrameable, incluso la foto con el cadáver de Diego Maradona. Ante esta euforia mostrativa, se trata de inventar los espacios de intimidad para resistir a la guerra de las imágenes, a la guerra cegadora.
El Velo y el Deseo
VII. Lacan, al analizar el cuadro “El origen del mundo” de Courbet, enfatiza la función del velo en el erotismo. No se trata de velar por pudor, sino de que el velo disimule lo que no hay, esa falta que es el lugar donde se prende el deseo. El velo permite que se proyecte una imagen que cautiva y fascina, más allá de lo que realmente hay.
VIII. Como dice Roland Barthes, es la intermitencia la que es erótica: “La de la piel que centellea entre dos piezas, entre dos bordes; es ese centelleo el que seduce”. No hay deseo sin opacidad, sin esa alternancia entre lo conocido y lo desconocido, lo vislumbrado y lo alucinado.
En definitiva, la intimidad se resiste a la exposición total, se esconde en los pliegues y penumbras, desafiando la cultura de la transparencia y la sobreexposición de nuestros tiempos. Generar cortocircuitos que abran el campo de lo pensable y lo posible será clave para crear nuevas formas de ser y estar en el mundo.