Confieso que la lectura ha sido el hilo conductor de mi vida. Desde que puedo recordar, las palabras impresas han sido mi ventana al mundo, mi fuente de conocimiento y mi escape a universos imaginarios. Recuerdo con claridad aquellos primeros intentos de descifrar los carteles en las calles, las tapas de los diarios en mi hogar y las preguntas incesantes a mis padres. Hacia los cuatro años, ya leía y escribía con soltura, y nada me resultaba más natural y apasionante.
La lectura, mi única forma de aprehender el mundo
Para mí, la realidad siempre ha estado hecha de palabras. No solo pienso con ellas, sino que las utilizo para percibir, entender y seguir el curso del mundo que me rodea. Esa forma de relacionarme con mi entorno, que ahora nos parece tan banal como comer o conversar, no existía para la mayoría hace apenas un siglo. Cuatro de cada cinco personas no leían ni escribían, y los signos con palabras estaban reservados a una élite privilegiada.
Pero para mí, la lectura siempre fue la única forma de aprehender y ordenar el mundo. Recuerdo vagamente decir “me aburro, me aburro, me aburro” con tono aburrido a mis cinco o seis años, hasta que mi padre Antonio me hizo caer en cuenta de que la lectura podía llevarme a cualquier parte. Desde entonces, nunca más tuve miedo al aburrimiento: siempre podía sumergirme en un libro.
Leer, vivir y ser
En aquellos días, leer era sinónimo de vivir. Me subía a los veleros frágiles de Sandokán, peleaba contra maharajás que cabalgaban elefantes y comía perro en fondas de Malaca. Leer era experimentar vidas lejanas, ser otro. Incluso mi identidad se forjó en torno a la lectura: recuerdo cómo a los seis años me hice hincha de Boca Juniors después de leer en un diario el relato emocionado de un partido.
Pero leer no solo me permitía vivir, también me definía como persona. Cuando el coche de mis padres sufrió un accidente y dio vueltas en el campo, yo seguía leyendo mi libro de Sandokán, aferrado a él como si fuera mi salvación. Ese episodio me entregó a mi historia: si leer me distraía tanto cerca de la muerte, entonces leer valía la pena.
Leer, escribir y reescribir mi vida
Hoy, la lectura sigue siendo el eje central de mi existencia. Escribo, pero escribir es leer descuidado, es romper lo que está dado para ordenarlo de nuevas maneras. Y en ese proceso de reescritura constante, voy moldeando mi propia historia, reinterpretando el pasado y proyectando el futuro.
Porque, en el fondo, ¿qué habría sido de mi vida sin leer? La respuesta es simple: no habría sido mi vida. Las palabras impresas han sido el hilo conductor que me ha guiado a través de los giros y vueltas de mi existencia, convirtiéndome en quien soy hoy. Y es una odisea que aún continúa, con cada página que doy vuelta.