La sorprendente verdad detrás de las PASO: ¿Quiénes son los verdaderos culpables?

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    La búsqueda de culpables después de las sorpresivas PASO

    La mañana siguiente a una elección tan imprevista como la del pasado 13 de agosto, todos y todas nos lanzamos a la arena a explicar, calificar y presentar categorías totalizadoras –a veces, excluyentes– que den cuenta de un resultado que no estaba presente en el debate público. Un resultado que incomoda porque no fue racionalizado “antes” de la elección y ahora requiere una explicación. Y que, además, nos preocupa ya que abre la posibilidad de un futuro en el cual la ultraderecha pueda ser políticamente relevante o, peor aún, controlar instituciones clave de la democracia.

    Los comentaristas, los influencers, los políticos se vuelven muy vocales por estos días. “El de Javier Milei es un voto bronca de aquellos que le escupen al establishment en la cara”. El castigo a los partidos tradicionales se expresó en la “desactivación política producida por la pandemia”. Los resultados del domingo “pusieron al descubierto un apoyo a La Libertad Avanza que la gente habría ocultado en las encuestas”. El alto nivel de ausentismo explica “el voto intenso y decidido por Milei que, en las elecciones generales, podría inclinar la balanza y ponerse más cerca de las previsiones proyectadas en los sondeos”. Los gobiernos nacionales y provinciales “no supieron escuchar el grito de una porción de los argentinos que no llega a fin de mes ni la disconformidad de jóvenes sin previsión de futuro”. ¿Cuál de estos argumentos es el que mejor explica el resultado del domingo? ¿Todos, alguno, ninguno? No lo sabemos. Lo único que sabemos es que el sábado no previmos lo que finalmente ocurrió y que todo aquello que incomoda debe ser explicado.

    En su libro Superforecasting: The Art and Science of Prediction, Philip Tetlock y Dan Gardner se preguntan por qué nos creemos capaces de explicar el pasado siendo tan malos para predecir el futuro; un recurso que la literatura define como sesgo retrospectivo. Damos explicaciones con categorías generalizadoras y referencias a evidencia histórica con el diario del lunes, en base a información que ahora es “obvia”, que estaba ahí y que simplemente no la vimos.

    Estas racionalizaciones son piezas que encajan mal en el rompecabezas; por eso tenemos que golpearlas contra la mesa para que encastren con la imagen que nos tranquiliza. A fin de cuentas, si una persona cualquiera, vamos a llamar Laura, estaba enojada el sábado y pensaba votar por Patricia Bullrich, ¿por qué está furiosa el lunes y votó por Milei? Si Laura está tan enojada con la política, ¿por qué siente vergüenza y no lo dice cuando la llaman las encuestadoras? Si el enojo es lo que empuja este voto por Milei, ¿por qué su voto en el noroeste argentino o en la Patagonia es tanto más alto que en la provincia de Buenos Aires? Frente al gol que erró Rodrigo Palacios en la final del Mundial de fútbol del 2014, todos gritamos: “¡era por abajo, Palacios!” Sin embargo, si Palacios hubiera intentado por abajo y el arquero atajaba, habríamos retrucado: “¡un globito, Palacios!” o “¡por la derecha, Palacios!”. El arte de cambiar las probabilidades y corregir un resultado adverso cuando el pasado es solo eso: pasado.

    Sin dudas, el resultado del domingo es incómodo, nos preocupa, nos irrita. Es por eso que llenamos vacíos en la información con interpretaciones tan verosímiles hoy como poco probables hace unos días. Asumimos que los votantes de Milei habían enmudecido, son irracionales, han cambiado. La trampa es que si como algunos anticipamos –quiza erróneamente– el porcentaje de votos de Milei en la eleccion general baja un poco, el coro de comentaristas, influencers y políticos explicará rápidamente el motivo de esa caída: “algunos votantes se asustaron del resultado porque no esperaban que pudiera ganar”; “la tasa de votantes de los otros partidos aumentó después de ver lo que pasó”. Y si Milei aumenta su caudal también escucharemos una explicación plausible: “el voto de las PASO mostró que la oposición era Milei y no Bullrich”; “el voto de las PASO desmovilizó al votante PRO”, y podríamos seguir hasta el infinito.

    ¿Esto significa no admitir ningún comentario posible sobre lo que queda detrás, en el pasado? En lo absoluto. El pasado merece ser comentado, diseccionado, atacado, corregido, interpretado, porque donde hay una sorpresa hay información que merece ser entendida y, en muchos casos, queda también un trauma que merece ser hablado. Pero el pasado no merece ser tratado con displicencia, trivializado o corregido para el goce narcisista de quien comodifica, envasa y vende su saber. El sesgo retrospectivo, ya sea como una forma de evitar la incomodidad y el trauma de lo que no anticipamos o como mercancía para ser vendida, no deja nada de valor a quienes lo escuchamos. ¿De qué nos sirve quedarnos tranquilos con la respuesta enfática pero posiblemente equivocada del lunes a la mañana?

    El pasado merece el mismo tiempo para ser evaluado que el que ocupamos en nuestras predicciones. Hay que escuchar a los votantes hoy, computar los números, mirar donde se votó y donde no se votó. Más importante aún es entender que nuestra posibilidad de predecir el pasado fue mala porque las cosas que sabemos hoy podrían haber pasado de otra forma. Nuestras explicaciones del pasado pueden ser tan malas como nuestras predicciones, quizás sean incluso peores. Sin embargo, invertimos mucho más dinero y esfuerzo en predecir lo que vendrá que lo que invertimos en entender lo que pasó.

    Los datos que tenemos son claros: Milei sacó 10 puntos más de lo que casi todos anticipamos y Bullrich, alrededor de 8 puntos menos. Esta es una diferencia exigua en votos pero inmensa en sus consecuencias políticas, porque abre la posibilidad de que un político que odia el gobierno esté en posición de tomar decisiones que nos afectan a todos. Antes que racionalizar el pasado y calmar nuestro narcisismo conviene preguntarse, ¿sabemos lo necesario sobre lo que pasó ayer como para tener un plan que nos sirva para mañana?

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