El poder de la brujería en el casamiento de Oriana Sabatini y Paulo Dybala
El amor, el dinero, la pasión, los preparativos, los especialistas… todo bien con eso, pero a veces son necesarias otras ‘cosas’ para que el resultado sea perfecto. Cuestiones ‘extras’ que no son visibles pero ‘colaboran’ a que todo marche sobre ruedas. ‘Ayuditas’ que nunca están de más. Como se dijo siempre, creer o reventar.
Oriana Sabatini puso su casamiento con Paulo Dybala en manos de los mejores en el rubro, pero también apeló a esos ‘artilugios’ para que no quedara nada librado al azar. La organización a cargo de Claudia Villafañe -sí, la Claudia, la ex mujer de Diego Armando Maradona, la madre de Dalma y Gianinna- la torta en manos de Damián Betular -para algunos, el mejor pastelero de la Argentina- el vestido una obra de Dolce&Gabbana, la creme de la creme del diseño internacional, la sede un lujosísimo haras de Exaltación de la Cruz tan pero tan exclusivo que se podía llegar en helicóptero. Estaba todo dado para que fuera el casamiento del año, pero Oriana fue un poco más allá… y echó mano a una ‘brujería’.
El pronóstico del tiempo y la preocupación de Oriana Sabatini
Oriana sufrió toda la semana con el pronóstico del tiempo, que en estas épocas de adelantos y tecnologías de punta se pueden conocer con unos cuantos días de anticipación. Cuando leyó ‘lluvias, frío, probabilidad muy alta de tormentas fuertes para el sábado 20 de julio’ tembló y echó mil maldiciones. ‘No puede ser, tanto tiempo esperando este momento y me viene a pasar esto’, tembló la cantante. Para colmo, el casorio era al aire libre. Un clima hostil, pensó ella, podía ser catastrófico para sus deseos de pasar una velada de ensueño.
La antigua práctica de brujería para evitar la lluvia
Y allí surgió la pregunta: ¿Qué podía hacer para ‘impedir’ que el aguacero le arruinara la festichola? En primer lugar, no había especialistas para llamar. Ninguna persona, por más plata que le pudiera pagar, podría garantizarle que no aparecieran nubarrones, truenos o relámpagos. Entonces, ya casi resignada, decidió echar mano a un recurso tan viejo como la humedad y que además es ‘gratuito’. Un ‘gualicho’ para evitar que se largara la maldita lluvia.
Las abuelas siempre decían dos cosas. Una, que casarse con lluvia o ‘mal tiempo’ era augurio de abundancia, prosperidad y larga vida en familia. Dos, que si igual se quiere alejar los cielos encapotados una fórmula casi infalible era dibujar en la tierra una cruz de sal. De sal, sí. Preferentemente sal gruesa desparramada en el suelo en forma de cruz.
Claro, la ‘señal’ debe ser puesta en ‘el lugar de los hechos’. No en cualquier otro destino. Allí donde uno no quiere que caiga agua. Eso hizo la morocha, pero en vez de sal lo que cruzó fueron dos cuchillos. Buscó un rincón del haras que no estuviera muy a la vista de los visitantes, y en las horas previas al casamiento los puso cruzados sobre la tierra. El clima estuvo feo, pero llover no llovió una gota. Al menos en Exaltación de la Cruz. Las brujas no existen, pero que las hay…