La noche del 9 de noviembre, una Chevrolet S10 blanca entró a paso lento en una zona oscura y solitaria, a pocas cuadras del estadio de Rosario Central. Allí, en el corazón de su propio territorio, Andrés ‘Pillín’ Bracamonte, el temido líder de la barra de Central, fue ejecutado a tiros. Su muerte puso fin a una era y abrió un nuevo capítulo en la violencia que azota a la ciudad de Rosario.
Pillín Bracamonte, de 24 años, había ascendido a la cima de la barra de Central a mediados de los años 90, luego de la muerte de su antecesor, Sergio ‘el Cabezón’ Enriotti. Bracamonte se impuso a través de la violencia y la negociación, convirtiéndose en una figura poderosa que manejaba los hilos de la barra con mano de hierro. Supo tejer una red de contactos que iba desde la policía hasta los dirigentes del club, lo que le permitió mantener un control férreo sobre la tribuna.
Sin embargo, su reinado llegó a su fin de manera violenta. Según el fiscal federal Federico Reynares Solari, el crimen de Pillín y su lugarteniente, Daniel ‘Rana’ Attardo, se asemeja a la caída del ‘Zé Pequeño’ en la película ‘Ciudad de Dios’: ‘El dueño de la favela, Zé Pequeno, a fuerza de eliminar a la competencia, termina asesinado por los aspirantes a la sucesión’.
El Ascenso y Caída de un Líder Barrabrava
Bracamonte se convirtió en el referente de una nueva generación de barras, que a finales de los 90 y principios de los 2000 comenzaron a imponer su violencia no solo en los estadios, sino también en las calles y plazas de Rosario. Nicolás Cabrera, sociólogo y autor del libro ‘Que la cuenten como quieran’, explica que ‘con la llegada del siglo XXI se vuelven más evidentes las peleas internas entre facciones de la misma barra, y llegan para quedarse las armas de fuego’.
Bracamonte supo manejar esa violencia con mano firme, logrando mantener la unidad de la barra de Central, a diferencia de lo que ocurrió en la barra de Newell’s, donde se registraron entre 25 y 30 muertes tras el asesinato de su líder, Roberto ‘Pimpi’ Camino, en 2010.
Pero Pillín no solo se impuso a través de la fuerza. Según el sociólogo Cabrera, ‘ser jefe de barra es integrarse e integrar a la barra en redes de poder. Y Pillín Bracamonte lo tenía clarísimo’. Cultivó vínculos con la policía, los dirigentes del club y el mundo empresarial, convirtiéndose en un personaje clave en la trama del poder local.
Vínculos con el Crimen Organizado
Si bien Bracamonte siempre negó tener vínculos con el narcotráfico, las investigaciones judiciales sugieren lo contrario. En 2018, fue detenido por lavado de activos, acusado de conformar empresas fantasma para blanquear dinero ilícito y facturar a expensas del club. Además, se lo vinculó con la venta de jugadores del club y con la banda criminal ‘Los Monos’.
Según el fiscal Matías Edery, ‘es imposible que se haya mantenido sin entrar en la droga. Y fue hábil también para aprovechar la información que tenía’. Sin embargo, las pruebas nunca fueron suficientes para condenarlo.
El crimen de Bracamonte parece ser un mensaje de poder de la nueva generación de criminales que buscan imponer su dominio en Rosario. Nicolás Cabrera advierte que ‘queda un vacío gigante y muchos grupos querrán ocupar ese lugar. Una barra se gana con la pelea: no hay un mecanismo formal para resolver la sucesión de los líderes’.
La muerte de Pillín Bracamonte marca el fin de una era y el inicio de una nueva lucha por el control del crimen organizado en Rosario. Como dice su abogado, Carlos Varela, ‘se van a caer las máscaras’ y se abre una etapa incierta en la que la violencia narco parece destinada a ganar terreno.