En tiempos de oscuridad y división, la alegría puede convertirse en un acto de resistencia política. Siguiendo los pasos de Eunice, la madre de la película Aún estoy aquí, aprendemos que mantener la sonrisa y el espíritu festivo es una forma de enfrentar la adversidad y preservar nuestra humanidad.
Como señala el filósofo Baruch Spinoza, la alegría no es un estado pasivo, sino una experiencia que surge de la interacción con el mundo exterior. Lejos de ser banal, la alegría se vincula profundamente con la vida en comunidad y puede ser un poderoso acto político de resistencia.
Alegría como resistencia
En la película Pride, vemos cómo un grupo de activistas LGBTQ+ se une a los mineros en huelga durante el gobierno de Margaret Thatcher. Inicialmente desconfiados, los dos grupos terminan encontrando un objetivo común en su rechazo a la represión estatal. La alegría, el baile y la música se convierten en la argamasa que les permite construir un “nosotros” donde antes solo había compartimentos estancos.
Así, la alegría no es evasión, sino una forma de configurar un lenguaje común, de crear hospitalidad y encuentro frente al aislamiento del individualismo que propone el liberalismo actual. La auténtica alegría siempre es comunitaria, nunca individual. Lo que expresan algunos al celebrar la pérdida de derechos ajenos no es alegría, sino euforia punitivista, un sadismo social muy propio de estos tiempos.
Unir lo diverso en torno a un objetivo común
En un contexto en el que parece que el poder busca fracturar a la sociedad, es importante que los diferentes nos unamos en torno a objetivos comunes. Tal como aprendimos en el feminismo, donde luchamos codo a codo con mujeres con las que diferíamos en política pero coincidíamos en el objetivo a alcanzar.
Hay mucha más gente del lado del “nadie se salva solo” de lo que creemos. La alegría y la fiesta pueden ser el lenguaje que nos permita encontrarnos, reconocernos vulnerables ante un mismo poder que intenta avasallarnos, y construir así una comunidad de lazos sólidos que se amplíe incorporando a todo aquel que quiera resistir bailando con una sonrisa.
La alegría como acto político
En estos tiempos de odio y goce punitivo, la alegría no es ingenuidad, sino un acto político. Si nos juntamos los diferentes que tenemos un objetivo común, si nos comprendemos y apoyamos en el dolor, si intentamos encontrarnos en la alegría y nos potenciamos gracias a ella, tal vez no obtengamos lo que buscamos en el corto plazo, pero saldremos fortalecidos a futuro.
Porque la alegría, lejos de ser banal, puede ser la llave que nos permita resistir y construir una sociedad más justa y solidaria.